Tomado de: http://lagazetta.com.co
La catástrofe ambiental causada por Urrá es totalmente irreversible en el departamento de Córdoba. Este proyecto aprobado por el Gobierno Colombiano es sin duda uno de las mayores tragedias ambientales causada en Colombia. Los números de cuánto daño ambiental ha generado, la realización de este megaproyecto es lamentable. Pero no solo el daño ambiental ha sido lo único que ha ocasionado Urrá. En todos estos años las consecuencias de este proyecto van desde desplazamiento, pobreza y asesinatos a los líderes que se oponían totalmente a la realización de Urrá en el municipio de Tierralta- Córdoba.
Cuantificado en mil doscientos millones de dólares, a partir de 1999 surgieron los primeros desastres ambientales advertidos al Gobierno. La navegación fluvial Embera se cortó para siempre; las ciénagas y los humedales, entre ellas, Ciénaga Grande en Lorica, quedaron en manos de terratenientes y mafiosos, dedicadas a extensas plantaciones de palma aceitera y de árboles para la industrialización. Aproximadamente 70.000 familias que derivaban su sustento del río Sinú fueron afectadas por los poderosos dueños de Urrá I.
En sus 13.700 km² de cuenca – la más grande de Córdoba, irriga 16 municipios cordobeses – 1.075.556 habitantes, los cuales derivaban su economía de las crecidas del río. El valle del Sinú estaba entre los más fértiles del mundo, al lado de los del Nilo, Tigris y Éufrates. Pero en su parte media, hubo una gran devastación ambiental nefasta causada por el embalse de Urrá I y dos plantas hidroeléctricas, que produjeron grandes cambios ambientales y ecológicos: El nivel de las aguas subterráneas descendieron en perjuicio de la agricultura; el aire se volvió más caluroso debido a que las ciénagas, humedales y muchos ríos se vaciaron; las sales filtraron el suelo degradándolos, y las aguas se contaminaron.
Dice Fernando Castrillón Zapata, en su libro, “Una Historia de farsa y crímenes” que en enero de 1996, los contratistas desviaron el río por dos túneles y bloquearon el cauce del Sinú. El bocachico – pez migratorio y fuente esencial de proteína de la población indígena, que nadaba aguas arriba, desafió la difícil tarea de franquear estas galerías de alta velocidad para llegar a sus únicos lugares de desove: las ciénagas y humedales dentro de los territorios indígenas. Millones de peces saltaron en un esfuerzo inútil para salir de la turbulencia, que los chocaba violentamente contra el interior de los túneles, y comenzaron a emerger muertos. Los responsables encubrieron la catástrofe ecológica, enterrándolos en fosas retro excavadas, mientras la prensa mediática y cómplice, silenció la tragedia. Después de este desastre, el bocachico no regresó.
De 460 mil hectáreas de bosque húmedo tropical, los poderosos dueños del megaproyecto, en pocos años, han destruido más de 14 mil hectáreas. Simplificando la ecuación, los dueños de Urrá I arrasan en promedio el área equivalente a 16.66 canchas de fútbol cada día con su respectiva flora y fauna que albergan. A este ritmo de terrorismo ambiental, dentro de pocos años toda la selva de la cuenca hidrográfica del Sinú y los bosques nativos del macizo del Paramillo, será recuerdo de un devastador cataclismo forestal. Hábitat y nichos de aves únicas en el mundo quedarán arrasados. Ejemplo clásico: La familia de aves trepadoras no tienen dónde anidar, los dueños de la empresa acabaron con los árboles corpulentos en cuyas concavidades se reproducían; las aves zancudas emigraron; las aves de patas cortas y buceadoras, que habitaban sus nichos en humedales, no tienen donde alimentarse y mueren en parvadas. Y las aves y mariposas migratorias nunca volvieron. Rota la cadena alimenticia, las plagas se multiplicaron y hostigan los últimos reductos de población, que aún permanece.
La destrucción del bosque representa una pérdida irreversible para la humanidad. Afirma Gregorio Mesa Cuadros – profesor de la Universidad Nacional, que un árbol de selva tropical, no sólo regula el ciclo hidrológico, sino que también produce 7.6 millones de litros de agua durante su lapso vital. Este terrorismo ambiental mantiene en lucha a los pueblos indígenas, pescadores y sociedad geno- africana, orientada a despertar la conciencia de la comunidad internacional frente a los daños socio-económicos.
Antes y después de la ejecución del proyecto, los pescadores y los pueblos Embera, Katíos, Zenú y Nahua, lucharon unidos contra la expoliación, pero otros sucumbieron ante la astucia de los empresarios de Urrá I, apoyados por el Ministerio del Interior y la clase política. Dividieron y quebraron la unidad de los pueblos nativos en defensa de sus territorios. La “consulta” con estos pueblos fue una farsa. La “negociación y consulta” se hizo con dos grupos de indígenas, con actores distintos, en escenarios distintos y con acuerdos distintos – los empresarios que “negociaron” con un grupo de indígenas, no fueron los mismos negociadores del otro grupo, además, fue una vil hipocresía, la transnacional y los políticos, ya habían decidido ejecutar el proyecto hacía muchos años. Hoy sólo existen 10 gobernadores, los demás, después del engaño y robo de sus tierras, se reasentaron en regiones agrestes y estériles muy lejanas.
Pero esto no es todo. Denunció el Colectivo de Trabajo Jenzerá el 9 de octubre de 2009, que la segunda etapa del proyecto Urrá II destruirá 58 mil Km de selva ecuatorial originaria, y exterminará ocho pueblos indígenas, que continúan luchando por la tierra legada antes del holocausto causado por la invasión española, en un esfuerzo para despertar la conciencia de todos los colombianos, ante el capítulo más revelador que sólo genera pobreza y miseria como la central hidroeléctrica del Quimbo o Hidrosogamoso, pero inmensas ganancias para los empresarios y gobernantes que se lucran con el bien común de los colombianos. Y arrasan toda manifestación de vida, aún las vidas sin nacer.
La segunda etapa de la hidroeléctrica, Urrá II arrasará la última selva que le queda al Caribe colombiano y generará el éxodo de las últimas poblaciones indígenas que todavía permanecen en el resguardo Embera-katío del Alto Sinú. El costo que trasladaron los empresarios y políticos colombianos a estos pueblos sobrevivientes del continente Abya Yala, rebautizado América, fue de mala fe, táctico, deshumanizado y cruel: quitaron el sustento a las comunidades condenándolas a desnutrición y muerte. Pero mayor fueron los impactos en la cultura y organización social, que dejaron este pueblo en la antesala de la extinción definitiva: Ahogaron sus dioses, sus lugares ceremoniales, adoratorios y tradición cultural. Con la hidroeléctrica Urrá II, ni una leyenda mítica; ni una lírica de su ilimitada cosmogonía; ni una narración de su acumulado histórico, sobrevivirá para decir al mundo, que esas tierras; que la inmensa llanura del Sinú, era de ellos hace más de cinco mil años.