Por: Abelardo De La Espriella.
abdelaespriella@lawyersenterprise.com
Los “angelitos” de las Farc amenazaron con suspender la campaña política a la Presidencia de su jefe, el exterrorista Timochenko, pero la pataleta les duró pocas horas, porque luego recularon y afirmaron que seguirían de correría por el país, aunque tomando precauciones y obviando informar con antelación sobre los desplazamientos de sus eximios miembros. La sensibilidad de Timo (¿apodo acaso derivado del verbo “timar”?) y sus camaradas se vio seriamente afectada por los recibimientos poco amables, pero valerosos, que le ofrecieron al jefe de la guerrilla más sanguinaria de la que se tenga memoria, en varias ciudades de Colombia, que sin duda pasarán a la historia por la ardentía y el patriotismo de sus gentes.
Hay que ser un disminuido mental para creer que, luego de incinerar más de 400 pueblos, traficar cocaína y armas a tutiplén, asesinar a miles de civiles, volar en pedazos un club social, fusilar diputados, mantener enjaulados como animales a cientos de secuestrados, extorsionar a todo el mundo, desaparecer gente, violar niñas menores de edad y someterlas a esclavitud sexual, Timochenko iba a ser vitoreado y ensalzado, como si de un prócer se tratara. Evidentemente, nada distinto podía esperar quien tanto daño ha causado y se niega, además, a reparar a sus víctimas.
Esas son las consecuencias que acarrea la impunidad: más violencia. Lo advertí muchas veces a través de mis artículos e intervenciones en los medios de comunicación: una paz mal hecha traerá consigo otra guerra. El hecho de que los criminales de las Farc hayan pasado del monte directamente a la arena política (sin pagar un día de cárcel ni contar la verdad sobre tantas atrocidades cometidas) es una afrenta contra la sociedad colombiana, que se siente birlada y violentada por un proceso de paz mentiroso e injusto, que se hizo a espaldas del país y que, para colmo de males, desconoció el veredicto popular que dijo “NO” a ese adefesio en las urnas. Como si no hubiera ya suficientes motivos de inconformidad, también estamos financiando de nuestros bolsillos el ejercicio electoral de las bellezas de las Farc. ¡Qué horror!
Los crímenes deben ser castigados: esa es una regla inmutable del mundo moderno y las sociedades democráticas. De esa forma, a través de la acción punitiva del Estado, se puede regular de mejor manera la vida en sociedad. No se trata solamente del confinamiento y el encierro; hay otras muchas maneras de resarcir los perjuicios, incluyendo las sanciones simbólicas y la reparación integral de los afectados. Pues bien, las Farc y el Gobierno se saltaron ese punto y hasta acordaron un tribunal de justicia especial para absolver a la guerrilla de todas sus infamias y perseguir a los enemigos de las Farc y de Santos. Según la nauseabunda doctrina fariana, las únicas víctimas de la guerra son ellos mismos.
Ahora resulta que tirar huevos es un delito, y manifestarse contra la impunidad, una afrenta a la institucionalidad. ¡Mentira! A otro perro con ese hueso. Lo reprochable, miserable y asqueante es lanzar cilindros bomba contra la población civil inerme, sin que tan supina villanía tenga castigo alguno. Santos y las Farc han invertido de manera perversa el orden de las cosas: los malos son buenos, y los buenos son malos.
Me queda un consuelo en medio de tanto estiércol: los causantes de todo el desastre que hoy padece Colombia, Santos y las Farc, están igual de disociados de la realidad. Viven en un mundo paralelo, en el que son queridos, estadistas, amos y señores. La verdad es otra: al presidente y a la guerrilla el pueblo los desprecia y abomina; no reconoce en ellos liderazgo o grandeza de ninguna clase. Pasarán a la historia como una caterva de despreciables a los que incluso los suyos negarán. La vida no se queda con nada y al final le da a cada quien lo que se merece.
La ñapa I: El ELN tiene literalmente incendiado al país. Ahí tienen la paz de Santos.
La ñapa II: La izquierda es un lobo vestido de oveja, que se muestra manso hasta el día en que gana las elecciones. Después se quita la careta, y aparece la bestia que habrá de arrasar todo lo que a su paso encuentre.
La ñapa III: No todas las desgracias que padece Colombia son consecuencia de la migración venezolana. Al margen de lo anterior, es oportuno recordar cómo Venezuela acogió a millones de colombianos durante cinco décadas. La vida está determinada por la reciprocidad.