Por: Abelardo De La Espriella.

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En medio de una crisis política sin antecedentes, el presidente de la República de Perú renunció a su cargo. Pedro Pablo Kuczynski se vio obligado a dimitir, como consecuencia de haber -por interpuestos funcionarios- ofrecido a varios parlamentarios una serie de sobornos (mal llamados aquí “mermelada”), paradójicamente para lograr que no se tramitara en su contra una segunda moción en el Congreso, que buscaba declarar la incapacidad moral para gobernar del primer mandatario de los peruanos.

La génesis de los males del otrora gobernante es nada más ni nada menos que la tristemente célebre constructora Odebrecht. En diciembre del año pasado, con cerca de 80 votos a favor, el congreso peruano decidió rechazar la declaratoria de vacancia promovida por la oposición en contra de Kuczynski, precisamente por las informaciones, noticias y pruebas que daban cuenta de la financiación ilegal de su campaña por parte de la multinacional brasileña.

Perú ha demostrado una seriedad de su justicia y del control político que Colombia está lejos de ostentar. En la tierra de los Incas, otros expresidentes resultaron encausados por las coimas de Odebrecht: Alan García, Alejandro Toledo (que se dio a la fuga) y Ollanta Humala, quien afortunadamente se encuentra detenido y a buen recaudo de las autoridades. No son pocos los dirigentes, funcionarios y demás políticos sobre los cuales cursan complejos sumarios que buscan establecer el vínculo con Odebrecht.

Con más pruebas en su contra y cómplices menos temerosos de la ley, Juan Manuel Santos terminará su segundo periodo presidencial, sin que se haya promovido una causa de destitución por indignidad en su contra y mucho menos una investigación rigurosa que concluya lo que todo el mundo sabe: la reelección de Santos fue comprada en gran parte con la plata de Odebrecht, y luego este la devolvió con jugosos intereses, a través de leoninos contratos, como el de Ocaña-Gamarra, direccionado y adjudicado por las “impolutas” y traviesas Gini y Ceci, íntimas e incondicionales del tartufo que duerme en la Casa de Nariño.

En Colombia, en este caso, la justicia ha operado para los más débiles del entramado criminal: unos dirigentes de la provincia, algunos empresarios sin mayor renombre y uno que otro calanchín de baja estofa. Los peces gordos siguen impunes, arropados por la sombra de la injusticia. Infortunadamente, en el país del Sagrado Corazón, la ley se aplica dependiendo de los intereses particulares de unos cuantos: como quien dice, la justicia sigue siendo, la mayoría de las veces, para los de ruana.

Es de público conocimiento que, a través de Roberto Prieto, Santos recibió ríos de plata de Odebrecht para reelegirse. Sin embargo, Prieto sigue muy orondo por ahí, como si nada. La cosa es así: Prieto le ha comunicado al señor presidente que, si cae, no se irá solo al hueco. La pregunta es: ¿cuánto tiempo más se puede sostener la impresentable libertad del sujeto de marras? Y esta es la respuesta: hasta que Santos salga del poder. Una vez tras las rejas, Prieto soltará toda la sopa, de lo que no hay duda.

Faltan poco más de cuatro meses para que cese la horrible noche de Colombia en manos de Juan Manuel Santos, y justo en ese momento iniciaría el calvario y el viacrucis para él y todos sus aliados “enmermelados”. Porque, ya con el sol a las espaldas, no habrá excusa que valga para no procesar, por tantos actos de corrupción probada, al presidente más nefasto y disoluto que ha tenido Colombia en toda su historia.

Al poner un pie afuera del palacio presidencial, Santos será un cero a la izquierda, sin poder, además de odiado por el pueblo como nunca antes un gobernante lo ha sido. Por ello, el pago de todas y cada una de sus culpas debe ser un imperativo irrenunciable, para recuperar la dignidad perdida de una nación ultrajada.

La ñapa I: En una misma semana se fueron tres colombianos ejemplares y grandes en cada uno de sus campos: el maestro Bernardo Gaitán Mahecha, el científico Emilio Yunis y el empresario Alberto Araujo. Paz en la tumba de tres hombres excepcionales.

La ñapa II: Triste escenario para los externadistas el tener que escoger entre Juan Carlos Henao y Eduardo Montealegre. Contemplen una tercería decente e irreprochable, como la doctora Emilssen González de Cancino.