*Marta Sáenz Correa

Es impresionante ver cómo hoy en día nos dejamos influir por las apariencias, los chismes y los malos entendidos que nos llevan a juzgar, criticar, e incluso a destruir el honor y el buen nombre de una persona. Cuando se critica o se hacen conjeturas básicamente se limita la verdad, se impone su punto de vista y lejos de darse una oportunidad para comprender lo que sucede, se cierra la posibilidad del dialogo. Reflexionemos cuantas veces el prejuicio nos privó de conocer a una persona que nos podría haber aportado mucho a nuestras vidas; no es poco frecuente juzgar a los demás conociendo poco de ellos.

Ahora bien, pese a que no nos gusta que nos juzguen de manera incorrecta es habitual hacerlo a otras personas, incluso sin darnos cuenta del daño que les generamos. La mayoría de nosotros nos damos el derecho a opinar sobre como los demás deberían de pensar, actuar, sentir, o llevar su vida; creemos que nuestra realidad es aplicable al resto del mundo, y solemos criticar lo que no encaja con nuestra visión o lo que no entendemos. Lo peor de todo es que pasamos tanto tiempo juzgando a los demás, que muchas veces no invertimos el tiempo necesario en mirarnos a nosotros mismos y reconocer nuestras propias limitaciones.

La forma en la que juzgamos a los demás es una extensión de cómo nos juzgamos a nosotros mismos, y algunos estamos tan acostumbrados a ser excesivamente críticos y exigentes con nosotros mismos, esta tan normalizado en nuestra estructura cognitiva, que ni nos percatamos de ello. Cuando te sorprendas criticando a alguien, detente un momento y pregúntate que es lo que ha suscitado esta reacción hacia la otra persona. Cuando somos capaces de entendernos mejor y aceptar tanto nuestras virtudes como nuestros defectos, no solamente desarrollamos una mayor compasión hacia nosotros mismos sino también en general hacia los demás.

Para finalizar, no olvidemos que todos somos diferentes, por lo cual no puedo juzgarte a ti según mis valores, prioridades, o gustos personales; tú eres una persona distinta, tienes tu propia forma de pensar y de actuar; tampoco puedo juzgarte sin conocerte y, menos todavía, sin hacer el intento siquiera de entender las razones de tu comportamiento. No sé nada de tu historia, de tus necesidades, de las circunstancias que hacen que actúes así. Juzgarte a ti no me da la alegría que me falta ni, a la larga, me hará mejor como persona. Por todo lo anterior, es importante aprender a no juzgar, precipitarse y crear ideas falsas e incompletas, y si vamos a juzgar a alguien, que sea con todas las pruebas.

PARA DESTACAR:

“En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven”. Nicolás Maquiavelo.