(Informe Especial).- La sociedad colombiana será capaz de poner fin al conflicto y construir la paz si recuperamos la confianza en los otros, reconstruimos las vidas de víctimas y victimarios, superamos los fundamentalismos, transformamos creativamente la memoria, perdonamos, superamos el “analfabetismo emocional” y nos liberamos de la “puta rabia” que desata odios y venganzas.
Así lo creen cuatro de los 26 líderes de comunidades religiosas y espirituales que a instancias del proyecto ‘Reconciliación Colombia’ han pregonado que las armas son el fracaso de la palabra. Y, como dice uno de ellos, la expresión más cruel de la venganza.
Lo expresan en el tercer capítulo de la serie #ConversemosEnPaz que se emitirá este domingo 13 de septiembre, a las 8 P.M., por el Canal Institucional, con el auspicio de la Autoridad Nacional de Televisión (ANTV).
Creen que tales propósitos son posibles si con el don de la palabra dirimimos los conflictos, si validamos su poder transformador, si resignificamos las experiencias traumáticas de la guerra y si entendemos que la reconciliación requiere, más allá del perdón, acciones materiales y simbólicas de reparación, pero también transformaciones de los contextos generadores de múltiples tipos de violencia.
Coinciden en que la dimensión espiritual como la entienden iglesias y confesiones religiosas o pueblos ancestrales como el Nasa o el Wayúu es condición necesaria para “usar la palabra dulce y el caminar sereno”, practicar un diálogo fluido para llegar fortalecidos a los acuerdos de paz y para confiar en quien te llama a la paz y al diálogo.
Los conversadores
Los conversadores de este capítulo son el Palabrero Wayúu Andrónico Urbay; Fanny Ochoa, directora de Investigaciones y Coordinadora del Instituto Halal del Centro Islámico en Colombia; Jenny Neme, trabajadora social de la Iglesia Menonita de Colombia y Directora de Justapaz; y el sacerdote católico, Leonel Narváez, Presidente de la Fundación para la Reconciliación.
El ejemplo comienza por casa
La paz los convocó, los puso a conversar sobre su rol en la sociedad colombiana de hoy y les dio la oportunidad de disipar temores, recriminaciones e incomprensiones recíprocas.
La experiencia los ha llevado a convocar oraciones ecuménicas por la paz, a persuadir a otros sobre los riesgos del laicismo o del fundamentalismo religioso a ultranza y a valorar la riqueza de la multiculturalidad inherente a los credos y confesiones religiosas.
No han dejado de preguntarse sobre el divorcio entre sus prédicas inspiradas por el Dios bondadoso, misericordioso y compasivo y la vivencia cotidiana de los creyentes que se cuentan por millones, pero no responden como se espera a una sociedad violenta y ávida de justicia, verdad, reparación y garantías de no repetición.
Hacia una revolución cultural
Han aprendido que tomará tiempo la superación de los desencuentros, el reconocimiento de los otros, el aprecio de la diversidad, la práctica cotidiana del diálogo y la capacidad de ponerse en los zapatos del otro.
Subrayan la urgencia de emprender transformaciones estructurales, cambios de imaginarios y una revolución educativa e integradora de la sociedad, que ponga su acento también en la convivencia y no solo en el conocimiento.
¿Cómo enseñar geografía, matemáticas, historia, biología o física para la convivencia? ¿Cuál es el giro que debemos darle a la educación si queremos aprender a convivir juntos y a dejar atrás sociedades en las que cada quien mira el mundo desde su propia esquina, pensando que es el dueño de la verdad absoluta?
Consideran indeseable múltiples formas y grados de militarización de la vida social, reforzadas por actores y mensajes externos que validan el uso de la fuerza y de las armas para dirimir los conflictos. Por ejemplo, la figura de quienes son héroes porque portan armas y tiene capacidad de eliminar a otros.
Resignificar el perdón, la reparación y la reconciliación
Indagan cómo resignificar la violencia mediante el perdón, la reparación y la reconciliación y cómo transformar en acción la Memoria “vindicativa y coagulada”, que se torna ingrata cuando nos quedamos victimizándonos, quietos o repitiéndonos lo mismo.
Promueven acciones reparadas inspiradas en la sacralidad de la vida y en la conciencia de que el daño tiene valor material y espiritual. Entre los Wayúu, por ejemplo, el infractor repara el daño entregando elementos del patrimonio económico, pero también mediante un proceso de reconciliación espiritual con la comunidad y no necesariamente con la privación de la libertad u otras sanciones punitivas.
La reparación así concebida entraña el concepto de un entorno social protector y seguro para quien ha infringido el daño. La seguridad es una condición necesaria para el perdón. Difícilmente puede pedir perdón quien no se siente en un ambiente seguro para recomponerse como ser humano. Sin seguridad, pedir perdón puede convertirse en acusación y exposición a la justicia.
Matar la “puta rabia”
Por su trabajo espiritual y religioso descubren a diario cuán pesarosa es la rabia para muchos. Lo dijo alguna vez un excombatiente, desmovilizado y reintegrado a la vida civil: “Ya entregué el arma, ya entregué el uniforme y ya dije todo lo que podía decir como excombatiente. Pero, ¿qué hago con esta puta rabia?”.
La rabia es una expresión cotidiana también entre las víctimas. “Ya me dieron unos pesos y una casita por el esposo que me mataron. Pero, ¿qué hago yo con esta rabia que no me deja dormir?”.
¿Cómo pasar de la “puta rabia” a la bondad, a la compasión, a la misericordia, al cuidado de todos y entre todos? ¿Cómo persistir en la búsqueda de la palabra amable para que la puta rabia y las ganas de venganza no nos llenen todo el cuerpo?
Nos dan pistas. Superando el analfabetismo emocional, es decir, aprendiendo a manejar nuestras rabias, odios y deseos de venganza; construyendo nuevos referentes sobre nosotros mismos; reinventando las formas de tratarnos; y aprovechando las ventanas de oportunidades que nos abriría un acuerdo de paz que puede ser para todos una carta ganadora.
Pero hay más: convocando a las élites políticas a manejar adecuadamente sus emociones, filtrar sus rabias y rencores entre ellas, renunciar al expediente fácil del heroísmo alrededor de las armas, cesar los enfrentamientos políticos que no ayudan a resolver un conflicto de años y persistir en la búsqueda de la paz, con visiones de largo plazo y como un proyecto colectivo.