Tomado de: http://www.olapolitica.com/
Cuando el Presidente Juan Manuel Santos y el comandante de las Farc, Rodrigo Londoño, alias Timochenko, firmen los acuerdos de paz, ante los ojos del mundo, se habrá parado oficialmente la máquina de guerra que funcionó durante 52 años ininterrumpidos y dejó más de 250 mil muertos, más de ocho millones de desplazados, miles de fosas comunes y desaparecidos, y una larga historia de dolor que avergonzó a Colombia y lo ubicó como el campeón mundial de la violación de los derechos humanos.
El fin negociada de la guerra es la noticia más esperada por los colombianos y el mundo durante décadas, en la que se buscó, infructuosamente, negociar y llegar a acuerdos con una de las guerrillas más viejas del mundo. Las Farc nacieron en los años de la Violencia, como un movimiento de autodefensa campesina, que luego se transformó en un ejército guerrillero de más de ocho mil hombres, con una amplia base social en zonas apartadas del territorio, que sin embargo nunca pudo dar el salto cualitativo hacia una etapa superior de la guerra de guerrillas.
Las Farc fueron un ejército que nunca estuvo cerca de la toma del poder, ni estuvieron en capacidad de defender posiciones o tomar poblaciones y permanecer en ellas. Aunque no fueron derrotadas militarmente, estaban cerca de estarlo. El poderío de la fuerza pública y sus armas de inteligencia hicieron retroceder a las Farc en su estrategia. La pérdida de sus principales líderes, caídos en combate o dados de baja en operaciones legítimas de la fuerza pública, demolieron el mito de la invencibilidad de esa legendaria organización.
Esa organización, sin embargo, no llegó a la negociación derrotada militarmente, sino obligadas políticamente por la contundencia de los hechos. Cada vez más arrinconadas, sin apoyo en las grandes ciudades, y en un mundo cambiante en el que Cuba es más amigo de Estados Unidos que de Rusia, y Venezuela sufre una imposición de su modelo del socialismo del siglo XXI, seguir esperando la victoria militar era un suicidio. Era más acertado el camino de la paz, de la mano de Cuba, Venezuela y Estados Unidos, y el beneplácito de toda comunidad internacional.
Desde Belisario Betancur, pasando por Andrés Pastrana y su errada etapa del Caguán, hasta Álvaro Uribe y su fracasada Seguridad Democrática, se buscó sin éxito lo que el país hoy celebra. El proceso de paz adelantado con éxito por el Presidente Santos, bajo el liderazgo de Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo, es un hito histórico y un triunfo de los colombianos.
El 26 de septiembre de 2016 quedará en los libros de historia entre las fechas icónicas de nuestra historia. Como el 20 de julio de 1810, hoy se celebra la nueva independencia de Colombia. Liberados del yugo de la guerra, del monstruo de la fatalidad, el país hoy amanece más liviano, con menos cargas. En una mesa de negociaciones se han derrotado la intolerancia y la barbarie que significaron 52 años de confrontaciones. Nadie en uso de razón puede sentirse orgulloso de esas escalofriantes cifras que dejan los años de tropel.
El 26 de Septiembre de 2016 no será una fecha cualquiera. Las nuevas generaciones tendrán una razón para comprender el pasado de dolor, pero también el alcance de lo acordado. Hoy nace una nueva Colombia, en la que se corre la cortina y se verán con mayor claridad los enormes problemas que agobian a la nación. La pobreza extrema del campo, la concentración de la riqueza, la inequidad y el analfabetismo, la crisis del modelo económico.
Cuando se firmen los acuerdos, sonarán las campanas de la paz y el país tendrá que escuchar el sonido mágico de la reconciliación. Y comenzará la cuenta regresiva para el cumplimiento de los cinco puntos acordados, que sumán casi 300 páginas de palabras que para la mayoría de los mortales se resumen en una sola: futuro. Y ese futuro de esperanza reclama que cada artículo sea cumplido a cabalidad, para que nunca nadie más se alce en armas para ser escuchado, ni a nombre de la democracia se atente contra la libertad; ni la ansias de reconciliación engendren caudillos populistas de extrema derecha que proclaman la guerra como un futuro deseado de tranquilidad.
Los proceso de paz de los años 90 tuvieron un denominador común: fueron cumplidos a cabalidad por el estado y las fuerzas desmovilizadas. Ningún líder guerrillero volvió a las armas, ni fueron exterminados los antiguos combatientes. La presencia de hombres de la talla de Antonio Navarro en la vida pública han marcado una Colombia incluyente. Igual con otros pensadores y generadores de opinión que llegaron de la guerra con un morral de sueños en las espaldas y hoy han contribuido a engrandecer a Colombia con su pensamiento. El pasado nos muestra que hay razones para ser optimistas.
Los acuerdos que hoy se firman, que permitirán la desmovilización de más de ocho mil guerrilleros, serán cumplidos. Ese debe ser el juramente supremo de cada colombiano, hacerlos ciertos, no sólo por los guerrilleros que confían su vida en nombre de la democracia, sino por más de 48 millones de ciudadanos para quienes las fronteras internas se amplían, porque de ahora en adelante los caminos intransitados vuelven a llamarnos a la aventura de vivir el campo. Hacer cumplir los acuerdos deberá ser la bandera de todos, especialmente de los jóvenes.
La firma de los acuerdos hoy, en la heroica Cartagena, ante los ojos del mundo, será noticia mundial. El planeta hablará, por fin de Colombia, como un estado que sale del pasado con gallardía y fe. Con imaginación y alegría. Un estado que se reconcilia para ser grande en el escenario internacional. Humberto de la Calle y su equipo negociador se han ganado un aplauso. Y el Presidente Santos la gratitud histórica de los colombianos.
Su gobierno logró lo que parecía imposible, el sueño de una nación hastiada de la guerra, que esperó la paz en el mismo puerto durante cinco décadas. Ahora a cumplir lo pactado. El país y el mundo confían en las Farc y en el estado. Lo que sigue es votar el plebiscito, que hoy ganará millones de votantes que habrán vencido por fin los temores. Los promotores del NO se han quedado sin discurso. Cuando se firme la paz el rey de la guerra se habrá quedado desnudo, montado en su caballito de madera jugando con sus soldaditos de plomo. El grito victorioso de los colombianos, unidos en una sola bandera hoy se escuchará en todo el planeta. El 2 de octubre, cuando se cierren las urnas, se sentirá de nuevo el júbilo inmortal. Hoy comienza la nueva independencia, en la era de las redes sociales y en directo. La guerra con las Farc ha muerto. Ahora, que venga el ELN a firmar su propio acuerdo. La historia de la paz, apenas comienza.