Por: Abelardo De La Espriella.
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Hace cuatro años las elecciones presidenciales fueron manipuladas mediante un burdo montaje que hoy día el país pensante conoce de sobra y en detalle. Para atajar la llegada del candidato del partido Centro Democrático, Óscar Iván Zuluaga, a la primera magistratura del Estado, el régimen de Juan Manuel Santos, secundado por el sicariato judicial de la época (encabezado por alias “Cocoliso”), urdió el más retorcido e inverosímil “pastel” de todos cuantos se hayan fecundado en estas tierras, en las que la maldad pulula.
El entuerto en mención fue amplificado por los medios de comunicación “enmermelados”, que perdieron el norte, para fungir como cajas de resonancia del mejor postor, sin vergüenza de ninguna clase. La pauta oficial obró el “milagro”. La historia no podía ser más Hollywodesca: un pelafustán de dos pesos, autoproclamado genio de los sistemas, decía haber sido contratado por la gente de Zuluaga para infiltrar el proceso de paz y la campaña de Santos. Todo era un cuento, una puesta en escena, con video abordo, para que Santos asegurara su reelección, como en efecto ocurrió.
A menos de dos meses de las elecciones parlamentarias y a cuatro de las presidenciales, otro nubarrón de baja estofa se avizora en el horizonte. Esta vez la infamia traspasó todos los límites aceptables, en medio de un debate electoral. La periodista Claudia Morales denunció, en su columna de El Espectador, que había sido violada en el pasado, por uno de sus antiguos jefes. Fui de los primeros en solidarizarme con ella: cualquier ataque físico o psicológico contra una mujer es reprochable y merece un castigo contundente (tengo una hermosa hija que es mi vida, y, si alguien la maltratara siquiera de palabra, el preso sería yo y no el agresor: con mis propias manos, todas mis fuerzas y recursos, defendería la integridad de mi adorada Lucía). Debo confesar que la historia de Claudia me conmovió, en un principio.
La señora Morales, haciendo uso de su derecho al silencio, no quiso mencionar el nombre del supuesto violador. Sin embargo, la jauría enferma y desquiciada del “mamertismo irracional”, sottovoce y articuladamente, dejó escurrir (tal cual se desliza una serpiente entre el fango) el nombre del expresidente Álvaro Uribe como sospechoso de esa ruindad. La actitud asumida por la comunicadora Morales contribuyó a echarle más leña al fuego: como si se tratara de un reality o un concurso de adivinanzas, ella empezó a descartar posibles autores, dejando en el ambiente, de manera implícita, que efectivamente “Él” podría ser Uribe. En ese momento, mi formación de penalista hizo lo suyo: -Esto no es gratis y obedece a un malévolo plan- pensé de inmediato.
No estoy diciendo que Claudia Morales sea la determinadora de semejante horror, pero se me antoja que la están instrumentalizando para hacerle daño a Uribe y a su partido. No es casualidad que los mismos de siempre, los que quieren ver a Uribe arruinado moralmente y tras las rejas, al igual que una banda de jazz, hubiesen empezado a interpretar la misma partitura, con sobrada sincronía y precisión. Los lobos también aúllan desde afuera: el periodista norteamericano Jon Lee Anderson y varios medios de ese país, ya registran como cierta la noticia (algún criollo les da pedal desde esas latitudes). Hay una estrategia oscura en movimiento, que, con un sainete repetitivo y mezquino, pretende acabar con lo más preciado que tiene un patriota y un caballero como lo es Álvaro Uribe: el honor.
No estamos en presencia de un proceso penal con futuro: es un imposible jurídico probar algo que no ocurrió. Así que todo se trata de un linchamiento moral, ni más ni menos. Esto me huele a la izquierda, al régimen y a sus periodistas de bolsillo, los mismos a los que el Gobierno ha comprado sin recato. Todo apunta en esa dirección. La difamación es un veneno que penetra en el alma y corroe lo que a su paso encuentra.
Dos preguntas para cerrar: ¿Un presidente en ejercicio, rodeado de cientos de escoltas, entre los que se encontraba el hoy esposo de Claudia Morales, pudo haber accedido carnalmente a una de sus empleadas sin ser sorprendido? La respuesta es NO. ¿Acaso una mujer resentida o dolida (por la razón que sea) puede llegar al extremo de inculpar falsamente a un inocente? La respuesta es SÍ.
La justicia es el bien más preciado de una sociedad, siempre defiendo causas que considero justas y no pongo por delante ideologías. He defendido personas de izquierda cuando los he visto injustamente atacados, en esos casos, mis detractores no salieron a vilipendiarme. Y sobre todo, he defendido a las víctimas, muchas de ellas mujeres a las que el Estado dejó solas: Natalia Ponce, Rosa Elvira y otras. Por eso, tengo la autoridad moral para dar esta batalla y espero a la mamertería y su jauría con la frente en alto. Esto NO es política, es justicia.
La ñapa: La propuesta de reforma judicial lanzada por el candidato presidencial Germán Vargas Lleras es muy completa, ilustrativa y precisa. A mi juicio, es de los planteamientos más serios que se han hecho al respecto. Invito a los otros candidatos de centro derecha a que hagan lo propio.