Por: Abelardo De La Espriella.

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Las paradojas colombianas no tienen parangón: mientras el país está literalmente secuestrado por la criminalidad y cada dos días surge una banda diferente de malechores (que van desde atracadores especialistas en hurto de relojes de marca, hasta apartamenteros disfrazados de cualquier autoridad), la gente se atrinchera en sus casas y oficinas y cuando sale a la calle lo hace sin joyas o con un reloj “chimbo”, para paliar el tumbe. El asunto sería anecdótico, si no fuera porque los ladrones colombianos suelen, además de despojar de sus pertenencias a las víctimas, dispararles a quemarropa, con sevicia y cobardía, como ocurrió hace unos días en el barrio Rosales de Bogotá, en donde una joven mujer, con siete meses de embarazo, fue baleada de forma tan brutal que hoy, diagnosticada con tetraplejia, está postrada en una cama. Si la delincuencia común tiene sometida a la gente, ¿qué tal que el terrorismo de la guerrilla hubiese llegado en pleno a las ciudades de la Patria? El éxodo de ciudadanos de seguro habría sido incontenible. Lamentablemente, la valentía no es virtud que florezca de a mucho en estas tierras, y ese es el principal activo de los bandidos.

Solo de una forma se puede contener el cáncer de la inseguridad: a través de la contundencia de las operaciones de la fuerza pública y de la cooperación de la sociedad civil (esta última, ya sea informando sobre movimientos extraños y sospechosos, ya sea de manera directa, en cabeza de aquellos individuos que tienen formación en el uso y manejo de armas). Es perfectamente válido, desde el punto de vista legal, que un civil emplee la fuerza para evitar un ataque contra sí mismo o contra un tercero en inminente peligro. Por eso, carece de sentido prohibir el porte de armas para la gente de bien, mientras que los ilegales tienen acceso ilimitado a todo tipo de artefactos bélicos. La lógica del absurdo, digo yo. Para claridad de la “mamertera” que me odia, pero que me lee, no estoy diciendo que hay que crear grupos paramilitares: hago referencia a la correspondencia que debe haber entre el accionar del Estado y el ejercicio de una ciudadanía responsable, con todas las obligaciones que ello implica.

Sobre el escolta, que para mí es un héroe y que dio de baja a un bandido en pleno hurto, debo acotar que actuó bajo la figura jurídica de la legítima defensa, porque se presentó una agresión clara, que él repelió; estaba en juego un bien jurídicamente protegido en cabeza de un tercero, y la respuesta al embate fue proporcional: plomo con plomo. La Fiscalía también actuó correctamente: debe abrirse un proceso y solicitar al juez de la causa que se aplique el eximente de responsabilidad penal correspondiente. Se armó un quilombo de la madona porque la gente no conoce el procedimiento y se pensó que nuestro heroico personaje sería injustamente encarcelado. De cualquier forma, hay que destacar la solidaridad de la sociedad colombiana en este caso: ¡qué bueno que vayan entendiendo que las muertes amparadas en la ley no se consideran asesinatos, sino actos de justicia! Recuerdo cuando me cayeron hasta con el balde por proponer la muerte del tirano Maduro, como única salida a la crisis de Venezuela; pues bien, el tiempo me está dando la razón.

La defensa de la Patria no es menos importante que la legítima defensa. Por ello, hago un vehemente llamado (por segunda vez), desde esta tribuna, a los candidatos Germán Vargas Lleras, Iván Duque, Marta Lucía Ramírez, Alejandro Ordóñez, Viviane Morales y Juan Carlos Pinzón (a todos los conozco y sé de las calidades excelsas que ostenta cada uno) para que depongan las vanidades en pro de la salud de la República y se unan de una buena vez para ir juntos a la primera vuelta, o, de lo contrario, la demagogia socialista se tomará el poder. La mejor manera de demostrar el patriotismo es aunando esfuerzos para derrotar a la peor de todas las plagas que puede padecer una democracia: la izquierda populista. Petro no es un juego: hay que reconocer que es todo un fenómeno político que cada día gana más fuerza, al igual que el farsante de Fajardo, que no es otra cosa que un vendedor de humo. Ambos pueden ser las bisagras por las que se filtre el comunismo.

Invito a los colombianos a que no sean indiferentes ante la criminalidad, a que pongan el pecho, como ordena el deber ser y, si es del caso, a que aprieten el gatillo sin remordimiento, cuando sea menester. Por abogado, no se preocupen: pongo a disposición gratuitamente mi firma para defender a todos aquellos que se rebelen contra los bandidos. Y a los candidatos de centro derecha esto les digo: por la Patria vale le pena cualquier sacrificio. Si no se ponen de acuerdo, no habrá futuro, y tendrán que cargar con esa responsabilidad por el resto de sus días. Por favor, no hagan de Colombia otra Venezuela.

La ñapa: No me extraña el atentado terrorista del ELN en Barranquilla, con todos los premios que les entregó a las Farc, Santos creó un precedente funesto: los bandidos saben que entre más crueles y asesinos sean, mayores beneficios tendrán. Me dueles Curramba de mi alma.