Pocas entidades cumplen la resolución 4886 de 2018 que busca reducir trastornos mentales en la salud y sus consecuencias en el desarrollo social.

Hay que romper el tabú de hablar de emociones en el contexto familiar; psicólogo unicordobés.

Jorge Luis Muñoz Salgado, médico psiquiatra y Ariel Rengifo Acosta, psicólogo de Unicórdoba.

En la capital cordobesa cinco de cada diez jóvenes reportan sentirse afectados mentalmente durante la pandemia, lo que significa el 49 % de la población objeto de estudio, grupo etario entre los 18 y 25 años y ello demostró que la COVID 19, sus consecuencias de aislamiento, cuarentena y demás restricciones, desnudó un problema de salud pública que sirvió para corroborar que la salud mental sigue siendo la cenicienta.

En ese ítems del estudio, la capital cordobesa está empatada con Armenia, después de Bogotá y Barranquilla y los padecimientos psíquicos más frecuentes han sido: síntomas de depresión, de tristeza, de ansiedad, de incertidumbre, preocupación, desesperanza, irritabilidad, enlazados a un panorama psicosocial por el aumento del desempleo y la pobreza.

La estadística fue revelada por el psiquiatra Jorge Luis Muñoz Salgado, con base en recientes estudios realizados en la ciudad y que ubicaron a Montería como la primera entre 22 ciudades encuestadas, por encima de Bogotá, donde los habitantes mayores de 56 años (el 42%) también manifestaron algún tipo de afectación en esta época.

Muñoz, quien es especialista en neuropsicofarmacología, neuropsiquiatría y depresión, fue uno de los dos invitados al programa Conéctate con la U, de la Unidad de Comunicaciones de Unicórdoba y cedió los créditos de las cifras con las que argumentó su aporte, a la Red de Ciudades Cómo Vamos y a la fundación Corona.

“Ser la primera entre 21 ciudades revela la situación que nos provocó la pandemia y lo que había antes. Esto es un muestreo del problema que tenemos en salud mental y del rezago que existe, porque tenemos índices de otros aspectos como violencia intrafamiliar, con cerca de 780 casos cada mes, esto quiere decir también que se deben enfocar y dirigir las políticas públicas también hacia la salud mental”, precisó el especialista.

Sugirió el psiquiatra Jorge Muñoz Salgado, además de mostrar el problema, actuar en el momento para buscar soluciones, a partir de un trabajo interinstitucional desde la promoción, prevención, detección temprana, diagnóstico y tratamiento.

“La ocupación debe ser trabajar en salud mental y que se ejecuten las políticas públicas que son de obligatorio cumplimiento y que fueron regidas por el Ministerio de Salud, por ejemplo, las unidades primarias de salud mental, lo que, en muchas entidades de primer nivel no se cumplen”, planteó el psiquiatra Jorge Muñoz Salgado.

Se refirió igualmente a la resolución 4886 de 2018, que legisló y respalda la Política Nacional de Salud Mental, que según la misma norma “busca reducir los trastornos mentales en la salud del país y sus consecuencias en el desarrollo social, mejorando las capacidades del Estado, las instituciones y la sociedad en general, dentro del contexto del Sistema de Protección Social y el Sistema General de Seguridad Social en Salud”.

“El tabú más grande ahora es hablar de emociones”: psicólogo unicordobés
En el mismo espacio de periodismo institucional el psicólogo Ariel Rengifo Acosta, vinculado al área de Desarrollo Humano, de la División de Bienestar Institucional, señala que en la pandemia se comprobó que el tabú más grande que existe ahora es hablar de las emociones, por encima de hablar de sexo, que quedó en un segundo plano, según el profesional.

Rengifo hace parte del equipo de apoyo psicosocial que desde comienzos de esta crisis la Universidad de Córdoba ofreció al servicio de la comunidad académica, padres de familia y sociedad en general y que no ha dejado de recibir consultas y ofrecer orientaciones.

“El tabú más grande que tienen nuestras familias no es hablar de sexo, es hablar de las emociones, que son innatas y que también sirven para la supervivencia del ser humano, porque, sin el miedo, sin la tristeza, no pudiéramos vivir. Hay que empezar a hacer esa psicoeducación en la familia para que se ponga sobre la mesa esta realidad, importante para que los jóvenes, las parejas y todos los miembros de un hogar empiecen a entender que somos emocionales”, precisó Rengifo Acosta.

Agregó que también ha quedado al descubierto que “tenemos una gran precariedad en el control sobre la vida, es un problema que se ha agudiza, se destapó la olla en la pandemia pero es un comportamiento que ya venía”.